¡Siéntate! ¡Ya estate quieto, por favor! ¡Te vas a caer! ¡Te lo dije!
La mayor parte de nosotros, hemos dicho a nuestros niños alguna frase de estás y hemos sentido que el corazón se nos sale cuando vemos una posible situación de riesgo. Estamos tratando de que estén a salvo.
Ellos están apenas conociendo los límites entre lo que pueden y no hacer. Los adultos, sabemos los peligros que pueden existir y es normal que nos de algo de miedo, pero esos miedos, cuando no los canalizamos de forma sana, se pueden convertir en sentimientos de inseguridad y transmitírselos a ellos.
Los pequeños suelen ser inquietos y esto es debido a la gran energía que tienen, a que están descubriendo el mundo, midiendo sus capacidades y esforzándose para alcanzar sus metas y obtener sensación de logro (primordial para su salud emocional).
El ejercicio estimula la producción de endorfinas. Son estos neurotransmisores cerebrales que nos ayudan a sentirnos bien y felices; y… ¿A quién no le gusta sentirse así?
La realidad es que, por medio del contacto, del movimiento y demás actividades sensoriales; es que los peques adquieren una infinidad de habilidades. Todos nos hemos caído alguna vez y solo así aprendimos a meter las manos para protegernos, cuando esto pasa. Así mismo pasa con la bicicleta, los patines o incluso con el conocido “pelotazo” en la cabeza.
Con esto no estoy diciendo que dejemos que se caigan por las escaleras o permitir que caminen por la orilla del techo, nada de eso. Más bien que advirtamos lo que les puede llegar a pasar si no lo hacen con cuidado, en lugares seguros y bajo la vigilancia de un adulto responsable. Estar cerca y al pendiente de ellos.
Decía alguien muy sabio: “Con cuidado, pero sin miedo”. Que aprendan los riesgos sin limitar su potencial. Poco a poco, dándoles la confianza que necesitan para sentirse lo suficientemente capaces para realizar sus objetivos.
La actividad física es fundamental en el desarrollo infantil. Músculos, huesos, tendones y todo nuestro cuerpo es una “máquina perfecta” que debe ejercitarse para fortalecerse y “darle mantenimiento”, además de una alimentación saludable y un buen descanso.
Cuando los pequeñines están activos físicamente se cansan y además de los beneficios obtenidos corporalmente, también tendrán un sueño más reparador y duradero, que se traduce al día siguiente en sonrisas, una mente más clara y despejada para seguir aprendiendo.
Los deportes de contacto, como el fútbol, capoeira, básquet o juegos de ronda, como las famosísimas “Las traes”, Stop y otros similares, son buenísimos para socializar mientras se ejercitan y favorecen los periodos de atención.
La natación, gimnasia, saltar la cuerda y otros más que se pueden practicar de manera individual, ayudan muchísimo a la concentración, consistencia, tenacidad, etc., además de fortalecer el tono muscular y elasticidad en los chiquitines.
El movimiento ayuda sin lugar a dudas, a tener niños felices … y créanme, papás también.