Los miedos en la infancia

Los miedos en la infancia forman parte del proceso de aprendizaje por el cual transitan los niños. A pesar de que resulten irracionales e intensos, se consideran una parte del desarrollo normal del niño, y no indicativos necesariamente de una patología. 

Muchas veces, los miedos aparecen o se intensifican en momentos en que el niño se vuelve más independiente de sus padres, o cuando se produce un salto notable en su crecimiento y habilidades. En general, este proceso de independencia comienza entre los dos y tres años, y allí es cuando tienden a aparecer o a tomar forma más definida los miedos. ¡Y esto muchas veces coincide con un gran avance en el desarrollo de la imaginación en el niño! De allí provienen los monstruos, las brujas, y todo tipo de seres imaginarios. Los temores más frecuentes son el temor a los animales, a meter la cabeza debajo del agua, a la oscuridad, a quedarse solo, etc.

El miedo no es el problema. La forma en la que reaccionamos los adultos es lo que puede impedir al niño progresar. Por ejemplo, no es beneficioso: excesiva ansiedad, preocupación, nerviosismo, estrés, paralización, enojo, frustración.

¿Cómo reaccionar ante los miedos del niño?

  • Para ayudar al niño a manejar sus miedos, es importante escuchar con atención lo que el niño tenga para decir sobre su miedo en particular, y respetar lo que tenga para contarnos acerca de eso. No desestimarlo, no hacerlo sentir cobarde ni débil, no ridiculizarlo. Coraje no es ausencia de miedo, sino contar con los recursos y la fuerza interna suficientes para dominarlo.
  • El niño necesita ser escuchado, comprendido y respetado por lo que siente. Recordarle que todos los sentimientos valen. Por ejemplo, es aconsejable comunicar al niño que es natural tener miedo y preocuparse por cosas. Sólo después, puede uno asegurarle que lo que ahora puede dar mucho miedo, puede ser superado, y que a medida que crezca va a superar sus miedos.
  • El adulto puede revisar junto al niño debajo de la cama o en el closet para ayudarlo a ver que no hay ningún monstruo infiltrado, pero siempre dejando entrever al niño que uno no está asustado ni cree que existan los monstruos, pero que estamos dispuestos a hacer lo que sea necesario para ayudarlo a que se sienta más tranquilo. En definitiva, no exagerar pero tampoco minimizar o ignorar sus temores (porque no van a desaparecer por ignorarlos).
  • No asustarnos si el niño quiere regresionar a etapas más infantiles de su desarrollo. Por ejemplo, dejar que vuelva a coger su muñequito con el que dormía de más pequeño si esto le da seguridad, dejar que se vuelva un poco más bebé si es lo que necesita, dejar una luz de noche prendida si es que lo pide. No preocuparse porque esté volviendo para atrás, ya que no va a querer ser un bebé por mucho tiempo. 
  • Muchos miedos pueden disiparse cuando el adulto da al niño explicaciones racionales y precisas acerca de cómo funcionan las cosas. Por ejemplo, la aspiradora, el inodoro, los monstruos que no existen, el viento es el que hace mover la cortina, nadie tiene superpoderes, ni para el bien ni para el mal, etc. Esto es particularmente efectivo con niños más grandes, ya que el pensamiento racional ya está más instalado. 
  • Tener en cuenta que no siempre las explicaciones lógicas van a disipar un miedo. Especialmente si el niño es más pequeño y no ha desarrollado lo suficiente el pensamiento racional, o el miedo tiene un origen más profundo que no logramos dilucidar. No enojarse por esto ni pensar que el niño lo hace para molestarnos. Solo tener paciencia y recordarse a uno mismo que esto pasara a medida que el niño crezca.
  • No enfrentar a la fuerza al niño con su temor creyendo que así se va a hacer más fuerte lo superará. Ejemplos: obligarlo a tocar un perro o encerrarlo a oscuras en su habitación para que vea que no hay ningún monstruo.
  • Elogiar al niño por controlar su miedo, por dormir en su cama, por ser valiente a pesar de sus temores. Llorar no es un problema. Al contrario, lo puede ayudar a sentirse más aliviado. 
  • El adulto puede contar historias de cuando él mismo era niño y tenía miedos, incluso hacerlas un poco graciosas para que ambos puedan reírse. Los niños aman las historias que puedan contar mamá/papá de cuando ellos mismos eran niños, especialmente cuando son relatadas desde el punto de vista infantil. Por ejemplo “Yo pensaba que iba a entrar un monstruo por mi ventana…y eso que vivía en el piso 14!”. Reírse juntos acerca de estas historias es beneficioso.
  • Promover juegos que les permitan sentirse fuertes. Jugar las situaciones temidas para que el niño pueda sentir que tiene cierto dominio sobre ellas. Por ejemplo, jugar a prender y apagar la luz si el niño tiene miedo a la oscuridad, jugar a que el niño es el monstruo y el adulto es quien tiene miedo y tiene que escapar de él, hacer como si uno fuera el monstruo torpe o atolondrado que constantemente se cae y le sale todo mal. Nuevamente, se trata de provocar la risa. 
  • Contar historias o leer libros sobre situaciones temidas que se resuelven.

Si los miedos se tornan muy intensos, se extienden en el tiempo o restringen al niño de realizar actividades cotidianas, puede ser necesario consultar a un profesional.