Cuando al niño no le salen bien las cosas

Los niños, al igual que los adultos, aprendemos por observación, por ensayo y error, y repitiendo las mismas cosas muchas veces hasta que las vamos mejorando e incorporando. El proceso de aprendizaje acerca del mundo y los objetos produce en el niño sentimientos de triunfo cuando logra lo que se propone, y sentimientos de frustración y enojo cuando las cosas no salen como él quiere. 

Algunos niños, debido a su temperamento (ciertas características con las que uno nace y se mantienen relativamente constantes a lo largo de la vida), sienten las emociones con mayor intensidad que otros, por lo tanto podemos observar que su frustración puede ser muy fuerte cuando las cosas no salen como querían. Si a esto se le suma una baja capacidad de concentración (temperamento), lo que impide que sigan tratando y tratando varias veces de encajar un lego con otro, y además se distrae fácilmente (temperamento), tendremos a un niño que se cansa rápido y se frustra intensamente porque las cosas no le salen. 

Repetidas experiencias de este tipo, sumado a adultos muy críticos y exigentes (“nunca terminas nada”, “siempre todo desprolijo y sucio”, “ese dibujo es un mamarracho”, “la torre te salió toda torcida”) pueden provocar en el niño una baja autoestima y cierto daño en la relación con los adultos que nunca parecen satisfechos ni contentos con él: “Yo, claramente, no soy lo que esperaban de mí”, es lo que puede llegar a sentir el niño luego de repetidas experiencias de este tipo.

¿Cómo evitar que cualquier niño en general, y el que describimos en particular, comience a forjar una imagen de sí mismo como incompetente, no suficientemente bueno, lento para aprender, diferente a los demás que sí saben hacer las cosas?

Apoyo de los padres en el proceso de aprendizaje 

El proceso de aprendizaje acerca del mundo, los objetos, las personas, es lento, requiere repetición, y es un camino particular para cada niño. Desde bebés vemos cómo algunos de ellos hablan muy rápido, mientras otros caminan muy rápido pero todavía no hablan. Algunos pueden necesitar ayuda adicional, pero en general, cada niño alcanza sus logros en el momento particular que marca su desarrollo. Respetar y festejar lo que el niño sí hace, en vez de enfocarnos en empujarlo a hacer lo que todavía no hace, es algo importante ya que nos permite disfrutar al niño que tenemos.

Los padres podemos apoyar MODELANDO las conductas que queremos que el niño aprenda:

  • si queremos incentivarlo a aprender a hablar, nos encargamos de mencionar y describir las palabras de lo que vemos, de lo que está haciendo, de lo que creemos que quiere cuando señala. Le leemos libros, le cantamos canciones, le contamos historias.
  • si queremos incentivarlo a que aprenda a sentarse, gatear, y luego caminar, nos encargamos de darle la oportunidad de estar libre en moviéndose en el piso, con juguetes alrededor, sintiéndose seguro. Definitivamente no atado en una sillita o cochecito la mayor parte del tiempo.
  • si deseamos incentivarlo a que aprenda buenos modales, empezamos por tratarlo con respeto desde chiquito: le pedimos las cosas diciendo “por favor”, “gracias”, “perdón”, le avisamos cuando lo vamos a cargar o le comentamos acerca de las cosas que van a pasar.

El niño aprende de lo que ve hacer a los adultos que lo rodean, y también de los que se le explican. Pero en ese proceso, se va a equivocar muchas veces, va a cometer errores, las cosas no van a salir como él o nosotros esperábamos. Como padres, hay que entender que esto es así y pensar que la crítica constante destruye la autoestima y la motivación de cualquier ser humano.

 

Por eso, los adultos debemos apuntar a comunicar reflexiones positivas:

  • Si quiero que el niño persista con los legos, le comento “¡qué bien que te está saliendo!”, “cuánta paciencia tienes para armar esas torres”, “cómo disfrutaste pintando ese dibujo tan colorido”. Ofrezco ayuda cuando veo que al niño algo le resulta muy difícil, “¿quieres que te ayude?”, “¿Qué tal si giras el lego para el otro lado?”, “¿Has probado tratar de agarrar la pelota con las dos manos?”. Es decir, ante su frustración, lo ayudo a persistir.
  • Abstenerse de criticar, sugerir primero y sólo intervenir si el niño lo requiere.
  • Enfocarse en el proceso, y no en el resultado. El esfuerzo del niño es lo que premiamos con nuestro elogio: “Mira que bien que te están saliendo esas letras después de haber practicado tanto (aunque la maestra no le de la mejor nota)”, “¡Mira finalmente has logrado colgar la toalla, muy bien! (aunque esté un poco torcida).
  • No esperar a la perfección para elogiar al niño, porque si no, el elogio no llega nunca.
  • Adaptar nuestras expectativas a la edad del niño. Si esperamos más de lo que puede dar por su edad, o por su nivel de desarrollo, nos vamos a frustrar como padres y demostrar nuestra frustración al niño (ejemplo: espero que mi hijo de dos años comparta todos sus juguetes con sus primitos y me haga quedar como una buena madre con la familia)
  • ¡Elogiar al niño es nuestra manera de mostrarle que reconocemos su esfuerzo! 
  • Festejamos al niño cuando nos dice: “mira papá cómo me ato los zapatos yo solo”, “yo puedo correr más fuerte que Juan y que todo el resto de la clase”, “mira mamá qué fuerza que tengo”.

Para sentirse amado, el niño debe experimentar que aquellos que lo rodean LO ACEPTAN COMO ES, que no están tratando todo el tiempo de cambiarlo ni de que se parezca más al vecino, que es tan calladito. Para ello, abandonar la crítica, observar y disfrutar de todas las cosas que el niño sí hace, ¡y decírselo!

Entonces, decimos que NO al criticismo, la falta de respeto, las comparaciones y las demandas no apropiadas a la edad (esto significa algo que es muy avanzado para las aptitudes del niño). 

Luego de convencernos de esto, podemos tomar actitudes que acompañan el aprendizaje:

  • “Todos cometemos errores. Así es como aprendemos.” Animarlo a intentar otra vez, con alegría y liviandad, sin dramatizar.
  • Podemos contar historias graciosas de cuando nos equivocamos de chiquitos, o nos tuvieron que retar, o nos metimos en problemas. A los niños les encantan esas historias y les provoca mucha risa imaginar a sus padres como niños haciendo tropelías (macanas, líos).
  • Podemos leer libros acerca de personajes que se meten en problemas y luego logran repararlos.
  • Animamos al niño cuando está haciendo algo difícil. Ofrecemos ayuda verbal. Ofrecemos ayuda física si el niño la requiere (lo mínimo indispensable, para que el logro sea de él, y no nuestro).
  • Damos la oportunidad al niño de remendar sus errores (ejemplo: de limpiar el reguero que hizo en la cocina). ¡Esto es una buena canalización para su enojo, ya que lo deja en una posición activa, de poder hacer!
  • En la etapa escolar, recordar al niño que preguntar no es símbolo de debilidad, sino de curiosidad y compromiso.
  • Darle la libertad para hacer las cosas a su manera, para encontrar su propio camino (mientras se ajuste a ciertas reglas generales de convivencia), su modo particular de hacer las cosas.
  • Indicar lo positivo que se puede encontrar aún en situaciones que parecen en primera instancia negativas.
  • No forzar ni avergonzar al niño que todavía no se anima a hacer algo. Ya llegará su momento. Respetar los tiempos.
  • Respetar las particularidades del niño y celebrarlas, disfrutarlas.