La autorregulación es la capacidad que tenemos para controlar nuestras emociones, comportamientos y pensamientos de manera adecuada ante las situaciones que enfrentamos.
En los primeros años de vida, esta habilidad se desarrolla de manera gradual y es esencial en el desarrollo emocional y social del niño.
Durante los primeros meses, los bebés dependen 100% de los adultos para regular sus emociones. Cuando lloran porque tienen hambre o están incómodos, no saben cómo calmarse solos. En esta etapa, los padres juegan un papel vital al consolar, alimentar y proteger al bebé. Este cuidado constante le enseña que sus necesidades pueden ser satisfechas, lo calma y le da seguridad.
Alrededor de los 2 o 3 años, el bebé comienza a desarrollar una mayor capacidad para gestionar sus emociones por sí mismo, aunque aún necesita mucha orientación. En esta etapa, empiezan los berrinches, ya que aún no tienen las herramientas para expresarse de otra manera.
Es normal que se frustren cuando no consiguen lo que desean, o cuando no saben cómo comunicar lo que sienten. Aquí, los adultos tienen una función clave: enseñar con paciencia y cariño a los niños a manejar esas emociones. El ejemplo es muy importante. Si un adulto responde con calma y empatía ante una situación estresante, el niño aprenderá de esa forma. Sin embargo, si se reacciona de manera brusca o violenta, es probable que el pequeño lo imite.
Una herramienta importante en este proceso es el lenguaje. A medida que los niños aprenden a hablar, pueden empezar a poner en palabras lo que sienten. Enseñarles a identificar y nombrar sus emociones -“estás enojado”, “pareces triste”- les da herramientas para entenderse mejor y calmarse sin necesidad de un berrinche.
El juego también es una excelente manera de desarrollar la autorregulación. A través del juego simbólico, como jugar a ser otras personas o simular situaciones cotidianas, los niños practican cómo manejar diferentes emociones y comportamientos. Además, el juego en grupo les enseña a esperar su turno, a compartir y a respetar reglas, lo cual es fundamental para aprender a regularse en contextos sociales.
Otro aspecto importante es la rutina. Tener horarios establecidos para comer, dormir y jugar brinda una estructura, lo cual les da seguridad a los niños y reduce su ansiedad. Cuando los niños saben qué esperar, les es más fácil manejar sus emociones, ya que no se sienten desbordados por la incertidumbre.
A medida que los niños se acercan a los 5 o 6 años, ya han desarrollado una mayor capacidad para autorregularse, aunque aún necesitarán guía en ciertas situaciones. En esta etapa, es importante que los padres continúen apoyando el desarrollo de estas habilidades, reforzando positivamente los comportamientos adecuados y ofreciendo alternativas cuando los niños no logran manejar sus emociones.
La autorregulación no se logra de un día para otro, se va construyendo día a día a través de la práctica y el apoyo constante de los adultos. Cada niño es único y desarrollará habilidades a su tiempo. Lo importante es acompañarlos con amor y paciencia, permitiéndoles explorar sus emociones y enseñándoles a manejarlas.